Alfonso Miranda Márquez | Dirección Cultural
Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim
Todas las culturas de la Antigüedad interpretaron fenómenos inusitados como augurios y abusiones: el anuncio de un hecho futuro. El fin de una era. La creencia en los presagios presupone –en palabras del investigador Miguel Pastrana– que es posible conocer los acontecimientos del porvenir a través de algún tipo de aviso o fenómeno, el cual, necesariamente, requiere ser interpretado por personajes que tienen el conocimiento, la sensibilidad o el poder para hacerlo. Esta peculiar forma de conocimiento supone además la existencia de una realidad fuera del dominio de lo humano.
Hace cinco siglos, tuvieron lugar los llamados presagios de la Conquista recogidos por fray Bernardino de Sahagún en el Libro xii del Códice Florentino: En el cielo resplandeciente y gigante una llama de fuego se levantaba por el oriente y a media noche su resplandor hacía parecer que fuera un día común. También el incendio del templo de Huitzilopochtli sin razón aparente o el rayo que consumió el templo de Xiuhtecuhtli. En duermevela se escuchaba el lamento de tetezahuani, la asombradora, presagiadora o escandalizadora de gente: ¡Oh, hijos míos, guay de mí que ya os dejo a vosotros, cuya voz náhuatl, el padre y madre de los dioses lamentaba, ¿Hijitos míos, a dónde os llevaré? Así se alimentaría el ominoso personaje virreinal de la Llorona. Aquellas señales portentosas que causaron temor fueron analizadas por Moctecuhzoma II y el consejo de sabios.
Se sumaron también las visiones de una Tenochtitlan inundada e invadida o imágenes de seres monstruosos de dos cabezas que convivieron con aquella en la que de un espejo de obsidiana vieron emerger la imagen de un venado sin astas. Esta última quizá se refiera a la llegada del caballo. Por su dimensión, el único animal mesoamericano analogable, el quiej kaqchikel y el mazatl náhuatl, respectivamente designan por igual,caballo y venado.
En realidad hace 55 millones de años nació en Norteamérica el género equus. De tamaño parecido a un perro mediano, en el Pleistoceno, hace unos 15 mil años, emigró a Asia por el estrecho de Bering para desarrollarse. Su evolución tuvo un largo proceso hasta que alcanzó las características del mamífero herbívoro, perisodáctilo (cuyas extremidades con un número impar de dedos terminan en pezuñas), de la familia de los équidos. Su domesticación se remonta a 3600 a. C., en la región de Kazajistán y a mediados del segundo milenio antes de nuestra era, el Rig-veda recoge un himno que describe a los dioses Marutis –deidades hindúes de las tormentas– como sirvientes de Indra, que fueron descritos como uno de los primeros jinetes: ¿Dónde están sus caballos, donde las riendas? ¿Cómo habéis llegado? […] Los héroes van con las piernas muy abiertas, como las mujeres cuando les nace un bebé.
Por su porte, actualmente las razas de caballos suelen dividirse en tres grupos: pesados o de tiro que miden entre 163 y 183 cm y su peso oscila entre los 700 y los 1000 kg; ligeros o de silla de 142 a 163 cm con un peso de entre 380 y 550 kg; los más pequeños son los ponis y las razas miniatura, que en la edad adulta no superan los 147 cm, como la raza Haflinger o Avelignese desarrollada a fines del siglo xix en el Tirol.
Capa Por la diferencia en el color general del pelaje, aunque con grandes variaciones y mezclas, los caballos principalmente se clasifican por su capa. Alazán: crin y cuerpo de tono marrón claro o rojizo. Albino: defecto genético cuya falta de melanina produce caballos blancos y de ojos rojos, hipersensibles a la luz. Bayo: blanco amarillento. Blanco: capa muy difícil de encontrar. Castaño, mulato o zaino: marrón oscuro, a veces casi negro, con crin y cola pardas o negras. Isabelo: color crema, de crin y cola más oscuras. Negro: aunque predomina el color, se admiten zonas blancas en patas y cabeza. Palomino: capa rara y cotizada, marrón muy clara, cola y crin blancas. Pío: capa de dos colores, raramente tres, en forma de manchas. Blanco y negro (pío negro); blanco y rojo (pío alazán)… Existen numerosos variantes según el tamaño y forma de las manchas como el overo, tobiano o apalusa. Ruano: pelaje entremezclado de distintos colores y tonos. Tordo: mezcla de pelo blanco, gris y negro. De acuerdo con los tonos oscuros y su distribución, hay diferentes tipos. |
Manchas en la cabeza •Barra o cordón: tiene una línea blanca de los ojos al hocico. •Cabeza de moro: la cabeza es de un tono más oscuro que el cuerpo. •Carablanca: la parte frontal de la cara es totalmente blanca, incluso la zona de los ojos. •Careto: tiene una mancha blanca que se ensancha de la frente al hocico. •Corte: tiene una mancha blanca en el hocico. •Lucero: tiene una mancha blanca en la frente en forma de rombo, media luna, cruz, entre otras. Manchas en las extremidades. Cuando son blancas, el caballo se denomina albo y se diferencian en los cascos, es decir, las típicas falanges distales: •Calzado alto: va desde el casco hasta el codo o la rodilla. •Calzado medio: va desde el casco hasta la mitad de la caña. •Calzado bajo: va desde el casco hasta el menudillo. •Calcetín: fina línea junto al casco. |
En la era moderna, la primera noticia del caballo en el continente americano se remonta al 23 de mayo de 1493. Los Reyes Católicos enviaron al Nuevo Mundo en el segundo viaje de Cristóbal Colón, 20 lanzas jinetas junto a cinco “dobladuras” hembras de entre la población de la Santa Hermandad, así 20 caballos y cinco yeguas escogidos en el reino de Granada junto con perros, cerdos, gallinas, cabras y ovejas llegaron a lo que serían las Indias Occidentales. Cuando el equino español se aclimató en la isla de Santo Domingo, su cría se extendió a las Antillas.
La investigadora Margarita Cossich Vielman apunta que en agosto de 1519: […] los españoles descendieron de sus navíos en el Puerto de Cempoala y, al mismo tiempo, los caballos y yeguas que iban a encargarse de trasladar a los jinetes españoles comenzaron a impregnar sus huellas en la playa. Desde entonces, la figura del caballo fue indisociable de la del español. Tan importante fue la asociación entre los españoles y los equinos que los escribas indígenas representaron en los lienzos de Conquista (como el Lienzo de Tlaxcala y el Lienzo de Quauhquechollan) los caminos recorridos, alternando imágenes de huellas de pies humanos y de herraduras.
16 corceles cortesianos
Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo xxiii de su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, describe los once caballos y cinco yeguas que salieron de la Isla de Cuba hacia Veracruz. Miguel Ángel Márquez Ruiz en su artículo El caballo en la Conquista de México. Antecedentes históricos del caballo.El caballo español. La diáspora del Equus caballus a Las Indias, refiere: […] fueron repartidos en los diferentes navíos donde se les hicieron pesebres y se les alimentó con maíz y hierba seca. Bernal detalla sus pelajes, sus destrezas ecuestres, los nombres de sus propietarios y, en algunos casos, sus propios nombres son parte del detallado relato en el que refiere: «Francisco de Montejo y Alonzo de Ávila, un caballo alazán tostado: no fue para cosa de guerra […]. Ortiz El músico, y un Bartolomé García, que solía tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decían “el arriero”: este fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada».
La historiadora Rosario Nava Román ha subrayado el alto costo de los equinos tanto como el de los esclavos negros. El mismo Díaz del Castillo relató: Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navío. Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en toda la armada, porque trajo navío suyo, y la yegua y un negro, e cazabe e tocinos; porque en aquella sazón no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro, y a esta causa no pasaron más caballos, porque no los había. El cronista Diego Muñoz Camargo ilustró por primera vez el desembarco de aquellos caballos.
Las descripciones de cómo fue la recepción de estos furiosos animales nunca antes vistos fueron copiosamente registradas en cartas de relación y crónicas de conquistadores de la espada y la cruz: [ … ] parecerá barbaridad, y grande simpleza la de estas gentes indianas –escribió fray Juan de Torquemada en el tomo I de su Monarquía indiana–, en parecerles, que los caballos y hombres, que iban caballeros en ellos, eran una misma cosa; […] ni supo si era animal irracional, o no; y en este error cayeron algunas naciones del mundo. […] como ellos encima creían ser todo una misma cosa, fingieron la figura del centauro diciendo ser medio hombre y medio caballo. […] Y no es maravilla que si estos indios creyeron ser una misma cosa que como a cosa conjunta a la figura del hombre, (que sabían que comía carne) traxesen una gallina al uno y otra al otro, y que como a cosa particular, y fiera, le temiesen, aunque después que se desengañaron, también les hacían rostro a los de a caballo, como a los de a pie, y les tiraban golpes de espada, como a los hombres.
Puente entre cosmovisiones, Bernardino de Sahagún describió en su Historia de las Cosas de Nueva España: Vienen los ciervos que traen en sus lomos a los hombres, con sus cotas de algodón, con sus escudos de cuero, con sus lanzas de hierro. Sus espadas penden del cuello de sus ciervos. Estos tienen cascabeles, están encascabelados, repercuten los cascabeles. Esos ‘caballos’, esos ‘ciervos’ bufan, braman. Sudan a mares: como agua de ellos destila el sudor. Y la espuma de sus hocicos cae al suelo goteando… gotas gordas se derraman. Cuando corren hacen estruendo; hacen estrépito, se siente el ruido, como si en el suelo cayeran piedras. Luego la tierra se agujerea, luego la tierra se llena de hoyos donde ellos pusieron sus patas. Por sí sola se desgarra donde pusieron mano o pata.
Las antiguas civilizaciones europeas y asiáticas se construyeron a caballo. Así también el equino fue uno de los protagonistas de la conquista en el Nuevo Mundo. El apóstol Santiago, el Mayor, quien vestido de armadura y montado en albo corcel desterraba al “infiel” de estas tierras. Santiago Matamoros, Santiago Mataindios… Imágenes arquetípicas cabalgarían por toda América y fueron asimiladas para dar paso a una sociedad sincrética, plural e incluyente.