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Escudo de monja. Otro corazón que palpita

Mónica López Velarde Estrada | Museo Soumaya.Fundación Carlos Slim

Acorazada en carey o madera, con atavíos bordados en hilos de seda y oro, sobre una pequeña área de lámina de cobre o vitela y pintada al óleo, la representación de la Virgen es el motivo principal y central de una de las piezas de uso privado más apreciadas durante el periodo virreinal que heredaron los siglos posteriores.

Como objeto de devoción, los escudos o medallones de religiosas concepcionistas y jerónimas se convirtieron en un género artístico por derecho propio; la conservación y resguardo hasta nuestros días de aquellos realizados en Nueva España durante los siglos XVII y XVIII, principalmente, dan cuenta de su belleza y trascendencia, sin embargo, su realización se registra hasta el siglo XXI.

En la mayoría de los casos, la ejecución de estos enseres se encargaba a los mejores pintores del momento desde el Manierismo, con el único ejemplo conocido de Luis Juárez (c 1585-c 1639), a la sobriedad barroca de Antonio Rodríguez Juárez (1635-c 1692) y José Rodríguez (1649-1725); al tránsito al Neoclasicismo de José de Ibarra (1685-1756); José de Páez (1720-1792) y Miguel Cabrera (1695-1768). De este último encontramos precisamente el retrato de Sor Juana Inés de la Cruz pintado hacia 1750, que porta el famoso escudo con la Anunciación que también fuera pintado por el artista antequeño, sito en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Sobre su hábito negro de jerónima, un gran medallón oval al óleo compite con aquel rostro bello quien mira al espectador, con la certidumbre de la importancia de lo que será su paso por el mundo intelectual criollo y su gran legado por venir.

Nicolás Rodríguez Juárez | Inmaculada Concepción sostenida por una peana de querubines, con símbolos
de la letanía lauretana con ángeles y querubines, san José con el Niño y san Francisco de Asís, rodeados
por querubines y circunscritos por arcángeles y sin la convención iconográfica, los santos arcángeles,
Rafael, Jehudiel, Baraquiel, Seatiel, Miguel y Gabriel | Escudo de monja o medallón de religiosa | c 1670-1680 |
Acuarela y gouache sobre vitela. Marco de carey con clavos de oro | Fotografía: Agustín Garza | 54456

Envueltos en un halo mayor a la belleza, los escudos o medallones también fueron realizados por manos bordadoras, acaso de las mismas religiosas, cera policromada o apenas dibujados sobre vitela. Todos significan una hazaña espiritual: sellar un «pacto con la Virgen». Así lo explica el investigador Antonio Rubial en «La más amada de Cristo. Iconografía y culto de Santa Gertrudis la Magna en Nueva España»:

Las monjas usaban el escudo colocado en medio del pecho, pero en ocasiones también se ponían uno más pequeño en el hombro derecho. Según el texto de un jesuita anónimo novohispano, el escudo simbolizaba el sello de pacto con la Virgen; se comparaba con el sello que el Esposo del Cantar de los Cantares exige a su Esposa (Cantares 8:6): Ponme como sello sobre tu corazón, y como sello sobre tu brazo.

José de Ibarra | Inmaculada Concepción sostenida por una peana de querubines, coronada por la
Santísima Trinidad [en el centro el Espíritu Santo en Su representación antropomorfa, a Su diestra el Hijo
y a Su izquierda el Padre Eterno], acompañada por los santos José con el Niño, Clara, Mónica y Pedro,
rodeados por querubines y guirnalda de flores | Escudo de monja o medallón de religiosa | c 1720-1740 |
Óleo sobre lámina de cobre. Marco de carey con clavos de plata | Fotografía: Agustín Garza | 5750
José Rodríguez | Inmaculada Concepción sostenida por una peana de querubines, coronada por la
Santísima Trinidad [en el centro el Espíritu Santo en Su representación antropomorfa, a Su diestra el Hijo y
a Su izquierda el Padre Eterno], acompañada por los santos José con el Niño Jesús; Francisco, Ana, Ignacio
de Loyola, Juan Nepomuceno, querubines, Eustaquio de Roma, Clara, Joaquín, rodeados por querubines
y guirnalda de flores | Escudo de monja o medallón de religiosa | c 1700-1725 | Óleo sobre lámina de cobre |
Fotografía: Agustín Garza | 10154

La Inmaculada Concepción

El tema que predomina en las imágenes pintadas en los escudos de monja es el de la Inmaculada Concepción en su iconografía más divulgada: la Virgen, apoyada en una media luna, pisando al Leviatán, sobre un orbe cubierto de querubines, parte del coro celestial que acompañan a la Madre de Dios. Generalmente, la Santísima Trinidad está presente en la parte superior en una apertura de Gloria. Existen otras en las que la Inmaculada está acompañada por una serie de santos personajes en el perímetro: Gertrudis, quien favoreció la devoción del Sagrado Corazón del Redentor; José, patrono de Nueva España; y la rectitud de doctores de la Iglesia como los místicos Teresa de Jesús, de especial devoción de las religiosas y sus familias, como Juan de Dios, Francisco, o los padres de María, Joaquín y Ana. En otros casos, como en la obra de Francisco Martínez, quien pintó a Santa María de Guadalupe, se reúnen en torno a la mandorla santos de devoción jesuita: Ignacio de Loyola, Luis Gonzaga y Juan Nepomuceno.

Beata sor María de Jesús de Ágreda [1602-1665] ante la Inmaculada Concepción de María. En el reverso, firma de la religiosa rodeada por las reliquias de primer grado de los Santos Lorenzo de Roma, Pedro Mártir y Bárbara, y una piedra del pesebre de Jesús, entre otros. En el interior, 16 nóminas en latín y dos fojas de El criticón, del escritor español Baltasar Gracián | c 1770-1830 | Óleo sobre lámina de cobre, lienzo con tinta y fragmentos del hábito y la toca de la monja, y restos óseos de otros santos. Medallón relicario de doble cara cincelado y ochavado de plata y plata vermeil. Ventana doble con vidrio plano con borde biselado | Fotografía: Agustín Garza | 2962

Los medallones incluyeron pasajes marianos como la Coronación de la Virgen y la Purísima Concepción; cristológicos como la Natividad; la Virgen y el Niño con otros santos; o la devoción del Sagrado Corazón de Jesús y de María.

Francisco Antonio Vallejo | Inmaculada Concepción sostenida por una peana de querubines, sobre el
orbe, coronada por la Santísima Trinidad [en el centro el Padre Eterno, a Su diestra el Hijo y a Su izquierda
el Espíritu Santo en Su representación antropomorfa], acompañada por el santo arcángel Miguel, con los
santos José con el Niño Jesús y el corazón inflamado; Gertrudis, la Magna; Ignacio de Loyola; Francisco
de Asís; Nicolás Tolentino; Antonio de Padua; Teresa de Jesús; Juan Nepomuceno; y el santo arcángel
Rafael, rodeados todos por querubines y guirnalda de flores | Escudo de monja o medallón de religiosa |
c 1750 | Óleo y aplicación de hoja de oro sobre lámina de cobre. Marco de carey con once clavos de latón,
sobre marco de latón | Fotografía: Agustín Garza | 54468

Un dato más advierte la jerarquía de estos símbolos en la vida conventual del periodo. Los vemos lucir en sendos episodios de la vida de la devota quien caramente los resguarda para el retrato de su profesión en el convento, que es una forma de nacer; y como parte del atuendo para su muerte que significará también un renacimiento y matrimonio con Cristo. Así, esta joya estuvo presente como elemento necesario en su existencia terrenal y espiritual.

Anónimo novohispano | Retrato póstumo de sor María Ygnacia de la Trinidad [María
Ygnacia Alcozer y Granillo, 1813-c 1838] | c 1838 | Óleo sobre lienzo | Fotografía: Agustín Garza | 5719

De esta manera lo describió Guillermo Tovar de Teresa en «Místicas novias. Escudos de monjas en México colonial» en Monjas coronadas. Vida conventual femenina en Hispanoamérica.

A la ceremonia de su profesión, la monja llevaría un Niño Dios, que es Padre, Marido e Hijo a la vez, una vela de cera que ofrenda en manos del sacerdote y, orgullosa, ostenta su escudo en el pecho, para anunciar sus devociones particulares, que a veces coinciden con el nuevo nombre que adopta una vez que quede dentro de la comunidad, a la cual ahora pertenecerá para siempre. […] Y como perdían apellidos que significaban su condición nobiliaria o el prestigio de la riqueza material de su familia, los sustituían por devociones, y sus nuevos nombres quedaban plasmados en las santas imágenes de su medallón o escudo, que lucían en las ceremonias, y que luego guardaban en sus celdas.

Concepción ideal de una indumentaria fervorosa. Concepcionistas y jerónimas

Las órdenes religiosas tuvieron en Nueva España una amplia representatividad: clarisas, concepcionistas, agustinas, dominicas, capuchinas, carmelitas, jerónimas… La Orden de la Inmaculada Concepción fue la primera que incluyó en sus reglas portar un escudo en el pecho. Un distintivo de «nobleza espiritual», en palabras de Tovar de Teresa, al que pronto acudieron las jerónimas. Sin voto de pobreza y exclusivamente en los virreinatos americanos, estas órdenes dieron cuenta de tan regios medallones.

Francisca Salazar | Retrato de profesión de sor Ana María Catarina de la Natividad [monja concepcionista] | c 1826 | Gouache sobre lámina de marfil adherido a papel verjurado de época | Inscripciones: «Sor Ana María Catarina de la Natividad/ Religiosa/ profesa de la Ssma. [santísima] Trinidad de Puebla./ Nació un 25 de noviembre de 1802. Tomó/ el hábito de Religiosa en 30 de Agosto de/ 1824 y profeso [profesó] en 22 de Enero de 1826: hija/ de Tomás Axotla y de María Guadalupe/ Sanchez. Frn.ca [Francisca] Salazar fecit. [hizo]», en el borde inferior | Fotografía: Agustín Garza | 2948

Una suerte de «prenda alegórica», los escudos de monjas además de apreciados fueron considerados artefactos preciosos. Dechado de técnica cuando de superficies grandilocuentes se redujeron a los aproximadamente 18 cm de diámetro y se logró con total sutileza una representación –de la Virgen y un conjunto de otros personajes, principalmente-. Espejo de espiritualidad, por su propósito y función simbólica de protección fueron alhajeros de lujo sentimental y ornamental.

Así lo refiere concretamente la estudiosa Clara Bargellini en «La pintura sobre lámina de cobre en los virreinatos de la Nueva España y de Perú»:

La inserción decidida de las joyas en el ámbito de la iconografía religiosa tiene una posible explicación en algunos pasajes de La mística ciudad de Dios de sor María de Jesús de Ágreda, la monja concepcionista española, muy conocida en la Nueva España. Para ella, como para otros autores, las joyas señalaban «los dones interiores» que adornaban a aquellos que amaban a Dios.

Una adarga, «un segundo rostro», como lo ha sugerido Bargellini, «un segundo corazón», como lo concluye Guillermo Tovar de Teresa. Los escudos de monja dialogan formalmente en vocación y fervor, al tiempo que agregan un especial motivo a los retratos de las religiosas. Como objeto, son una prenda material y emblemática que trascendió la celda y el pecho de la «mística novia».

En la visión de Guillermo Tovar de Teresa, este motivo trasciende sus dimensiones, su factura y función:

Mandalas domésticos, estos escudos protectores, pegados a su cuerpo, encima de sus senos, inhibían las emociones profanas, originadas en sus pechos carentes de un amor terrenal, emocional y carnal. Amuleto devoto, fetiche protector, permite a la monja esconder sus sentimientos más entrañables y al mismo tiempo, ostentar lo más significativo de su intimidad espiritual.

Así, ahora entendemos cómo el escudo de monja contiene temas que se expanden. Su pequeño formato redunda en amplios significados. La emérita investigadora Josefina Muriel en su libro Cultura femenina novohispana, en el que dedica una buena parte a la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz, dirige especial atención en la teología mariana de la autora de El Divino Narciso. Sor Juana narró en Villancicos y Letras Sacras (1675) el paso triunfante de la Virgen María basado en la visión apocalíptica de San Juan, pero exaltando en su barroco pensamiento hasta presentárnoslo como el de una heroína de superiores hazañas, quien nos recuerda las novelas de caballería que ella conocía muy bien.

¡Allá va, fuera, que sale

la valiente de aventuras.

Deshacedora de tuertos.

Destrozadora de injurias!

Lleva de rayos del sol

resplandeciente armadura,

de las estrellas el yelmo,

los botines de la luna;

y en el escudo luciente

con que al infierno deslumbra

un monte con letras de oro

en que dice: Tota pulchra.

La celebrada de hermosa

y temida por sañuda.

Bradamante en valentía.

Angélica en hermosura.

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