Cicerón, Pablo, los epicúreos y los estoicos
Maná, Museo de las Sagradas Escrituras
Cristian Gómez
Entre el acervo de Maná, hoy he querido considerar tres obras aparentemente poco imbricadas. Ellas son: El estoicismo, de Eleuterio Elorduy S. J., editado en dos tomos por la Biblioteca Hispánica de Filosofía Gredos; Sobre la naturaleza de los dioses, de Cicerón, en edición bilingüe de Julio Pimentel, publicado por la UNAM; y Los Hechos de los Apóstoles, traducido y comentado por Giuseppe Ricciotti, de Luis Miracle editor.
El pensamiento griego tuvo grandes repercusiones en el mundo posterior a Alejandro Magno –la helenización–; la filosofía de la época de la decadencia, tiempo en que surgieron las escuelas místico-filosóficas como los epicúreos y los estoicos, también trascendieron hacia los siglos posteriores. En el mundo romano, Cicerón reflexionó sobre teología. Y luego, en el ámbito cristiano, el principal exponente, que fue Pablo de Tarso, se encontró con un grupo de miembros de las dos sectas mencionadas en la ciudad de Atenas. Aquella conversación del Areopagita en la capital del pensamiento discursivo, nos ilustra facetas sobre cómo la teología surgida de las Sagradas Escrituras y el pensamiento filosófico se encontraron.
La historia de la iglesia cristiana primitiva nos cuenta que Pablo el apóstol discutía –año 50 d. C.– en Atenas, en el ágora: y también disputaban con él algunos de los epicúreos y de los estoicos. Y algunos decían: ¿Qué quiere decir este palabrero? Y otros: parece que es predicador de divinidades extrañas –porque les predicaba de Jesús y la resurrección.
Por ello analizaremos las posturas de las dos escuelas griegas desde el registro que hace Cicerón, para luego tratar de inferir en qué pudo consistir aquel diálogo célebre registrado en el libro de los actos apostólicos capítulo 18.
Ante la discrepancia que existe entre las opiniones de los hombres acerca de la existencia de Dios, de sus atributos y de su intervención en el mundo, Cicerón1 expone en su libro Sobre la naturaleza de los dioses, la opinión de los epicúreos.
El Arpinate –Cicerón– dedicó los dos últimos años de su vida a dar a Roma una literatura filosófica: El motivo de explicar la filosofía me lo dio una grave desgracia de la ciudad… despojados ya de nuestras antiguas funciones empezamos a reanudar estos estudios, para, con ello, ser útiles a nuestros ciudadanos.
Escribió este libro –De natura deorum–en latín, el año 45 a. C.; consta de tres partes y se presenta en forma de diálogo informal en el que discuten Cayo Veleyo exponiendo el epicureísmo; Lucilio Balbo, el estoicismo y Aurelio Cota, el pensamiento de la Nueva Academia (neoplatonismo).
No es Cicerón quien refuta las opiniones epicúreas y estoicas directamente en el diálogo, sino el pontífice máximo Aurelio Cota,2 probablemente por el temor de Cicerón de que se le acusara de ateo.
Entre los temas filosóficos, quizá el más difícil sea el de la naturaleza de los dioses y por ello las opiniones de los sabios son muy diversas entre sí. Sin embargo, es un asunto de la mayor trascendencia para nuestra vida; por esto, Cicerón adoptó el método de la Nueva Academia, que consiste en discutir contra todo, no en un escepticismo absoluto sino en la confrontación de las opiniones para que cada cual pueda apreciar más fácilmente la que crea más probable y declararse por ella… pues al disputar se ha de buscar no tanto la importancia de la autoridad como la de la razón.
Veleyo y la teología epicúrea3
Veleyo comienza atacando la postura de Platón y la de los estoicos; piensa que Dios no puede ser arquitecto del mundo, como enseñara Platón, porque no se puede explicar cómo los elementos inanimados pudieron haberle obedecido para organizarse y formar el mundo. Además, si el mundo fue creado, no puede ser eterno y los dioses hubieran estado ociosos durante la eternidad.
Por otro lado, si Dios hizo el mundo para los hombres virtuosos, entonces trabajó solo para unos cuantos, lo cual es inadmisible. Contra los estoicos afirma que el mundo no puede ser Dios porque el mundo está en constante movimiento y no puede así subsistir una mente tranquila y una vida feliz, como la que los dioses requieren.
Luego Veleyo refuta –desde su particular interpretación de los filósofos, que no concuerda del todo con los estudios exegéticos más modernos– las concepciones teológicas desde Tales de Mileto hasta Diógenes de Babilonia. Ataca a los que atribuyen la divinidad a cosas mortales como Alcmeón (las estrellas), Jenócrates (los astros), Heráclides, Teofrasto y Cleantes (las cosas), Empédocles (los cuatro elementos). Otros identificaron a Dios con la naturaleza como: Tales de Mileto, quien decía que Dios es aquella mente que formó todas las cosas con el agua; Jenófanes, quien sostiene que el universo es Dios; Anaxágoras habla de una mente infinita que organizó el universo; Estratón lo identifica con la naturaleza, pero si esto se admitiera entonces los dioses no tendrían sensibilidad y no podrían ser felices.
Entre los que opinan que los dioses tienen principio está Anaximandro; Anaxímenes sostiene que Dios es el aire y que es engendrado; pero los dioses, dice Veleyo, tienen que ser eternos.
Anaxágoras, al igual que Platón, habla de un Dios sin cuerpo; sin embargo, para los epicúreos la mente de Dios debe estar encerrada en un cuerpo eterno.
Pitágoras pensaba en un alma extendida por todo el universo. Protágoras era escéptico y Aristóteles presenta muchas confusiones –según Veleyo–, pues ora dice que Dios es una mente o que es el mundo, el éter o el primer motor. Crisipo y Diógenes el babilonio interpretan alegórica y naturalísticamente los mitos sobre los dioses. Todas estas afirmaciones –subraya Veleyo– son tan erróneas como atribuir a los dioses los vicios humanos, como los portentos de los magos y las creencias del vulgo.
Pero –dice el epicúreo– la naturaleza imprimió la noción de los dioses en las almas de todos y la idea de que ellos son felices y eternos. Pero como la benevolencia y la ira no caben en los dioses, los hombres no deben temerles.
Ellos deben tener las virtudes de la figura humana, aunque su cuerpo es solo una apariencia que puede ser percibida nada más por la mente del hombre. Si hay muchos mortales, para que haya equilibrio tiene que haber muchos dioses (por la ley de la isonomía o equilibrio entre las fuerzas destructivas y las conservadoras). La vida de los dioses está llena de todos los bienes y son eternamente dichosos, para lo cual no intervienen en el mundo pues no tendrían un punto de reposo y no serían dichosos. Sin embargo, los hombres deben venerarlos pía y santamente debido a su naturaleza superior. Los innumerables mundos no fueron hechos por los dioses, sino que los átomos se fueron enganchando y formaron las figuras.
Cota refuta la teología epicúrea
No se pude admitir la teoría del consenso universal como prueba de la existencia de la divinidad –dice el pontífice romano desde el punto de vista de la Nueva Academia– porque no todos los hombres creen en Dios. Luego, refiriéndose a la teoría de los átomos la califica de absurda porque implica el concepto de la indivisibilidad y nada es indivisible, pues no existe el espacio vacío; además, los corpúsculos indivisibles no pudieron realizar las obras tan bellas de la naturaleza sin la dirección de una mente superior.
Si los dioses estuvieran constituidos de átomos, estarían sujetos a destrucción y decir que ellos tienen figura humana es una superstición. Los dioses epicúreos no pueden ser felices porque la felicidad se basa en la virtud, que es activa, y los dioses de Epicuro nada hacen. Si se niega la benevolencia en los dioses, éstos no tendrían amistad entre ellos y los hombres no tendrían por qué venerarlos.
Cota acusa a Epicuro de destruir las bases de la religión y de que no se atreve a negar a los dioses solo para evitar los ataques de los atenienses.
Pablo y los epicúreos
Habiendo mencionado anteriormente lo que los epicúreos creían, y con el análisis de una parte del discurso de Pablo en el ágora, podemos inferir algunos temas de aquella insigne discusión. Quizá un primer punto de desacuerdo fue la afirmación epicúrea de que los dioses no son sujetos de benevolencia ni de ira, pues dice Pablo: porque Él (Dios) ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos. Luego, Dios se ocupa de los hombres.
La discusión principal entre Cicerón y los epicúreos había girado en torno a la existencia de la Providencia: Dios actúa hacia los hombres y los ayuda y los juzga. Para los epicúreos, ya lo hemos dicho, los dioses viven en una actitud contemplativa, ajenos de la vida de los hombres. Pero para el Areopagita, Dios no es ajeno ni lejano a los hombres, antes es el Ser que todo lo llena, el fondo ontológico en el que tiene posibilidad de existencia el cosmos: porque en Él vivimos, nos movemos y somos.
Dios no puede tener cuerpo ni figura humana puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por hombres… siendo pues linaje de Dios4 no debemos pensar que la naturaleza divina sea semejante a oro, plata o piedra ni a imagen formada por el arte y el pensamiento humano.
Tampoco hay muchos dioses, como pretende Veleyo. Pablo había encontrado en Atenas un altar Al dios no conocido, y les dijo: Al que ustedes adoran sin conocer a ese yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él… Y con esta frase dio también una respuesta a la teoría de que los átomos se organizaron solos, sin la intervención de los dioses.
En cuanto a que los dioses –según Epicuro– no deben ser temidos (es decir respetados en sus mandamientos, obedecidos), Pablo dice: habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios ahora declara a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Es decir, sí hay una relación moral entre Dios y los hombres.
Por otra parte, hay cuando menos dos cosas en que Veleyo y Pablo coinciden: la intuición sobre Dios y el rechazo a las supersticiones que denigran el concepto de Dios.
Dice Veleyo refiriéndose a Epicuro, el fundador de su escuela, Pues solo él advirtió ante todo que los dioses existen porque la naturaleza misma imprimió la noción de ellos en las almas de todos. ¿Qué pueblo hay en efecto, o que suerte de hombres que no tenga sin doctrina una anticipación de los dioses? A ésta la llamó Epicuro prolepsis, esto es, cierta información preconcebida por el alma, de la realidad, sin la cual nada se podría ni entender ni investigar ni disputar. Aunque aquí hay una diferencia cualitativa y cuantitativa entre el monoteísmo de Pablo y el politeísmo de Veleyo.
Luego, refiriéndose a los poetas, dice el epicúreo: Éstos presentaron a los dioses inflamados de ira y sufrientes por la libido, e hicieron que viésemos sus guerras, combates, pugnas, heridas; además sus odios, disidencias, discordias… Por otra parte, al error de los poetas pueden unirse los portentos de los magos y la demencia de los egipcios en el mismo género, así como opiniones del vulgo, las cuales, por ignorancia de la verdad se hallan en una muy grande inconsistencia.
La gran diferencia, aparte del monoteísmo, entre la filosofía grecorromana y Pablo, es que este último consideró a Dios como creador y a Jesucristo como el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos, dando con ello una importancia tan grande a la salvación del cuerpo como del alma, mensaje que escandalizó a los epicúreos.
Balbo expone la teología estoica5
Cicerón pone en boca de Lucilio Balbo –en aquella discusión que se finge realizada en la casa del pontífice Aurelio Cota– la presentación de la doctrina estoica sobre la fe en los dioses. Los estoicos dividían la teología en cuatro partes:
1) La existencia de los dioses. La cual se conoce por el consenso universal; porque ellos se han manifestado personalmente a los hombres, porque se presienten las cosas futuras, porque hay abundancia de los bienes naturales; porque hay fenómenos que llenan de terror a los hombres; y porque hay un orden en los cuerpos celestes. Además, si existe la razón en el hombre, entonces debe haber una mente superior.
Por otro lado, si no existe algo mejor que el mundo, debe concluirse que el mundo es Dios. Ahora bien, si el mundo genera seres animados, entonces el mundo es un ser animado; de lo contrario, cómo podría lo que no tiene vida dar vida a algo.
El principio rector del universo es el fuego que es divino y se mueve por sí mismo (idea ya expuesta por Heráclito), es el alma del mundo y ha originado a los astros, que también son seres animados dotados de una inteligencia que les permite moverse con orden y regularidad, pues ellos también son dioses.
2) La naturaleza de los dioses. El mundo es Dios, aunque a Epicuro le parezca imposible la concepción de un dios girante y redondo (nótese aquí la concepción astronómica avanzada de estos griegos acerca de la redondez de la Tierra; además, al usar los cálculos sorprendentemente exactos que sobre las órbitas celestes lograron los helenos, los estoicos se plantearon el principio de que los astros no podrían ejecutar movimientos tan regulares y complicados si no existiesen la razón y la inteligencia. Balbo considera que el admirable movimiento de los astros nos debe hacer pensar que estos son dioses.
¿Qué puede haber tan obvio y tan evidente, cuando observamos el cielo y contemplamos los cuerpos celestes, que el hecho de que existe un numen de mente prestantísima por el que son regidas estas cosas? Dios es la naturaleza, y es un fuego artífice que crea obras perfectas.
Sobre este punto de la naturaleza de los dioses añade que ellos no tienen cuerpos corruptibles, pero están dotados de una forma bellísima y están situados en la región más pura del cielo.
Los hombres han divinizado a los beneficios que los dioses les han dado, es decir, han tomado al efecto por la causa; han divinizado a los granos –los han llamado con el nombre de Ceres–, al vino –Liber–, a la Buena Fe, a la Salud, a hombres excelentes –Hércules, Rómulo–.
Los fenómenos físicos se han interpretado de manera alegórica (como el hecho de decir que Saturno fue encadenado, lo que significa que el tiempo está sometido a las leyes de los movimientos regulares de los astros; de este modo, también el aire es Juno y el agua Neptuno), así se originaron los dioses populares y causaron errores turbulentos y supersticiones.
Debemos distinguir –dice Balbo– entre superstición y religión, al tiempo de venerar a los dioses tradicionales y considerarlos como manifestaciones de las fuerzas de la naturaleza.
El estoico nos proporciona una interesante etimología de superstición y religión. Dice que supersticioso se llamó al que hacía sacrificios por días enteros para que sus hijos le fueran supérstites y religioso se llamó al que revisaba y releía todo lo que pertenece al culto de los dioses.
3) El gobierno providencial del mundo. Para los estoicos la providencia no es una divinidad, sino el acto por el cual los dioses administran el mundo. Los dioses están dotados de poder e inteligencia suma y saben lo que es mejor para el mundo y tienen poder para hacerlo. Además, todas las cosas están sujetas a un poder sensitivo que es la naturaleza que sabe qué hace y para qué lo hace. Con la circulación de los elementos que hay en la naturaleza (tierra, aire, agua y fuego) se mantienen las partes del mundo, que no pudieron ser mejores ni más bellas gracias a la providencia divina. El orden y la belleza del mundo no pudieron ser resultado del concurso casual de los átomos.
Dice Balbo:¿Quién en efecto, llamaría hombre a aquel que, tras haber visto los movimientos tan precisos del cielo… negara que en éstos existe alguna razón, y dijera que se hacen por la casualidad aquellas cosas sobre las cuales no podemos, con ninguna sabiduría, llegar a comprender con cuánta sabiduría se conducen?
Y hablando de los que creen que por el concurso fortuito de los cuerpos resultó esta belleza que ahora conocemos dice: No entiendo por qué el que estima que esto pudo suceder no juzga él mismo que si innumerables caracteres de las 21 letras… se arrojaran a alguna parte, con éstas, una vez caídas a tierra, se podrían armar los Anales de Enio para que luego pudieran leerse, pues no sé si al menos en un solo verso puede tener tanta eficacia la fortuna.
Continúa el estoico hablando de las especies tan diversas de plantas, animales y accidentes geográficos, de la razón humana, de la sucesión de los días y del camino de los astros –en el cual profundiza incluso con poemas–, sobre las leyes del movimiento, sobre la distribución de los sentidos y órganos del hombre, etcétera, para demostrarnos que hay un plan y una regulación inteligente por parte de los dioses hacia el mundo. El espacio no nos permite transcribir algunas de las partes, por demás bellas, en que el estoico reflexiona sobre el telos y la racionalidad del mundo.
4) El cuidado especial de la providencia para con los hombres. Como solo el hombre tiene inteligencia para conocer los seres y las maravillas de la creación, infiere Balbo que el mundo fue creado para el hombre. Éste es el que aprovecha los frutos de la tierra y los animales, y de ellos se alimenta y se viste. Además, según él, los dioses advierten al hombre de los peligros por medio de la adivinación y se preocupan por cada hombre, fundamentalmente por hacerlos felices a través de la virtud.
Cota refuta la teología de los estoicos
En esta sección lo dicho corresponde al pontífice máximo de los romanos, Aurelio Cota. Él considera que los dioses existen, pero que el consenso universal sobre el asunto no es una demostración de su existencia. Duda también de las apariciones divinas, y demuestra que los adivinos normalmente se equivocan en sus predicciones y que además no sirve de nada angustiarse por el futuro si éste es irremediable, como afirman los estoicos.
No porque el mundo esté regido racionalmente –continúa–podemos decir que es un dios, pues tendríamos que admitir que sabe matemáticas y todas las ciencias; así pues, el mundo no es dios ni tampoco lo son las estrellas por el mero de hecho de tener movimientos regulares; pues todas estas cosas se deben a las leyes de la naturaleza.
Todos los cuerpos son divisibles y disgregables, y por tanto son mortales, son también mutables; luego, ningún cuerpo puede ser dios: ni los astros ni el fuego.
Por otro lado, no todas las virtudes pueden atribuirse a los dioses, pues para qué necesitan la prudencia si el bien y el mal no les afectan; o el valor, si el peligro no los toca.
Cota toma a Balbo en una de sus contradicciones, pues según el estoico había que adorar a los dioses populares y antes había dicho que debían interpretarse alegóricamente. ¿A cuáles dioses hemos de venerar?; pues si admitimos al Orco y al Cerbero y a los dioses de los bárbaros, nos encontraremos adorando caballos, bueyes, planetas, ríos y un número infinito de dioses, lo cual es totalmente absurdo. Pero además se habla de muchos Joves, Vulcanos, Minervas, Apolos ¿cómo distinguirlos? Pero si son nombres alegóricos entonces estamos aceptando que son seres naturales y no figuras divinas.
Para Cota la razón humana no es prueba de la providencia divina, pues el hombre usa su razón para obrar el mal; ni tampoco, según él, podemos pensar que los dioses cuidan de los hombres, pues si lo hicieran lo harían a favor de los buenos y es obvio que no sucede así, y para demostrarlo cita un buen número de casos en que los justos fueron asesinados por los impíos, entre ellos: ¿Qué decir de Sócrates por cuya muerte suelo llorar cuando leo a Platón?
El pensamiento teológico de Cicerón
Julio Pimentel Álvarez ha hecho un estudio de las convicciones religiosas de Cicerón, tomado de varias de sus obras; pues como ya hemos dicho, en De natura deorum el Arpinate pone en boca de sus personajes toda la discusión, sin expresar directamente sus ideas.
Cicerón niega toda clase de adivinación y opina que toda forma de superstición debe ser desterrada. Dice que las prácticas religiosas deben respetarse por el bien de la república, pero despojadas precisamente de la superstición: Destruir la superstición no es destruir la religión. Si del mal inevitable de que existan los ritos se pueden desprender el bien de la cohesión de los ciudadanos y las instituciones, entonces éstos deben ser tolerados, y sobre todo por causa de la libertad.
Acerca de la difícil cuestión de la existencia y naturaleza de los dioses, Cicerón dice: No somos aquellos a quienes parece que nada es verdadero, sino aquellos que decidimos que a todo lo verdadero le está agregado algo falso, con tanta semejanza que no hay en ello ningún signo cierto para juzgar… muchas cosas son probables… con todo por tener cierto viso insigne e ilustre, la vida del sabio se regiría por ellas.
No está dispuesto Cicerón a someterse a la opinión de un solo hombre; sino que piensa que cada quien debe descubrir lo verdadero empleando su discernimiento en la conformación de los diferentes puntos de vista. Y afirma: nosotros somos más libres y estamos menos atados, porque tenemos íntegra facultad de juzgar y no estamos obligados a defender todo lo que ha sido prescrito y como impuesto por algunos.
Sobre la existencia de la divinidad dice: La belleza del universo y el orden de los cuerpos celestes nos obligan a confesar que existe un ser prestante y eterno, y que éste debe ser respetado y admirado por el género humano y no puede encontrarse en la tierra el origen de las almas… nada hay en estos elementos que tenga la facultad de la memoria, de la razón, del pensamiento… todo lo cual es divino, y jamás se encontrará de dónde pueda llegar al hombre, sino de Dios.
Acerca de la naturaleza de ese Dios dice el Arpinate: Ni el dios mismo que nosotros concebimos puede ser concebido de otro modo si no es como una mente separada y libre, segregada de toda concreción mortal, que todo lo entiende y mueve sintiéndolo todo y dotada ella misma de movimiento sempiterno. El alma fue engendrada por Dios y tiene conocimiento de lo divino: Y entre los hombres mismos no existe ningún pueblo ni tan manso ni tan feroz, que no sepa que se debe tener un dios, aunque ignore cuál se debe tener.
Para Cicerón los dioses tienen cuidado del mundo, es decir, cree en la providencia: Ellos hacen el bien al género humano y ellos ven cómo es cada uno, qué hace, qué admite en sí mismo; con qué mente, con qué piedad cultiva la religión y tienen conocimiento de los piadosos y de los impíos. Y acerca de lo que Dios espera de los hombres, dice: todos los que han preservado, ayudado o agrandado a su patria, tiene un lugar seguro y especial en el cielo, donde, felices puedan disfrutar de una vida eterna… Practica la justicia y la piedad que es debida a los padres y parientes, pero muy especialmente a la patria. Una vida así, es el camino que conduce al cielo.
Dice además: Sin duda seremos dichosos cuando, abandonando el cuerpo estemos libres de estos apetitos y deseos… y nos entregaremos del todo a contemplar y a examinar las cosas, ya que por naturaleza hay en nuestra mentes un insaciable deseo de la verdad… nosotros pues, cuando Dios nos ordene que salgamos de esta vida, mostrémonos alegres y démosle las gracias y pensemos que nos va a sacar de la cárcel y a quitar las cadenas, sea para que emigremos a la casa eterna, y nuestra con toda razón, sea para que estemos libres de todo sentido y molestia.
Cicerón cree que para alcanzar la felicidad después de la muerte se debe practicar la virtud, pues los actos humanos no están predestinados por los dioses, sino que dependen de nuestra libertad.
Pablo6 y los estoicos
Recordando la discusión de Pablo con los epicúreos y los estoicos en el Campo Marte o de Ares (Areópago) de Atenas, encontramos algunas ideas en las que Pablo y los estoicos coinciden. Por ejemplo, en la intuición que los hombres tienen de la existencia de Dios, por causa o por medio de la reflexión sobre lo creado.
Dice Pablo, escribiendo precisamente a los romanos: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia suprimen la verdad, porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se los hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, entendiéndose por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa.
Pues, aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible, por una imagen en forma de hombre corruptible, y de aves, y de cuadrúpedos, y de reptiles.
Es decir que hay una revelación natural en los hombres a través de su razón y de la contemplación de lo creado. Pero el envanecimiento y la pretensión de saber más que los demás, llevó a los hombres a proponer la adoración de hombres, animales, astros y otros objetos. El paganismo es la adoración a la criatura en vez de al Creador. O sea que el hombre no evolucionó de una religión animista y politeísta hacia el monoteísmo; sino que degeneró de un conocimiento natural de Dios hacia las religiones politeístas y adoradoras de criaturas, suplantando como centro de su existencia al ser infinito por el yo finito y envaneciéndose, convirtiéndose así en su propio dios y por tanto en un idólatra.
Para Pablo, también el mundo fue hecho para el hombre y Dios se preocupa por el género humano; cree en la providencia divina, sobre todo en aquella que se dirige hacia los justos: Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito.
Estos argumentos de la existencia de Dios serán desarrollados de diferentes modos a lo largo de la historia de la teología cristiana. El argumento cosmológico tratará del hecho de que la existencia del mundo y su perfección nos muestran el Ser de Dios. El argumento teleológico nos demuestra que la finalidad de cada cosa creada y la finalidad del mundo en su conjunto expresan una razón detrás de las cosas individuales; el argumento ontológico nos plantea el problema del origen del pensamiento y del origen de la vida y del hecho de por qué hay algo en vez de nada. El argumento moral nos habla del origen de la virtud y del mal, y del destino de ultratumba en relación con el juicio divino; y, en fin, el argumento histórico nos habla de la forma en que los hombres han intuido la existencia de Dios.
Pablo está de acuerdo en que todo lo que existe, su perfección y complejidad, su telos y su unidad son prueba no solo de la existencia de un Dios, sino del acto de creación y soberanía de ese Dios, y así lo expresa en su discurso en el ágora: El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay… es Señor del cielo y de la tierra… él mismo da a todos vida, aliento y todas las cosas.
Sin embargo, aunque los estoicos se daban cuenta que la existencia del mundo exigía una explicación, ellos se detuvieron en los dioses y no se preguntaron por la causa de los dioses; es decir, por una causa última de todas las cosas tanto materiales cuanto espirituales, el origen de todos los orígenes. Pablo anuncia a ese único Dios que es la causa de todas las cosas, que es causa sui; y por supuesto que ni el mundo ni las estrellas ni ninguna criatura es un dios, aunque tengan movimientos regulares y admirables; antes bien, hay una mente detrás de ellos que les puso esas leyes perfectas y sorprendentes, hay una Razón increada que mueve a la creación.
Tanto Cicerón como los estoicos consideran la virtud como aquello que puede hacernos felices y llevarnos al cielo; pero Pablo dice que efectivamente esa actitud, ese deseo de ser virtuosos será un principio que Dios tomará en cuenta en el juicio de todos los hombres que no conocieron el mensaje de Jesús: Porque los gentiles que no tiene ley… muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y sus pensamientos… en el día en que, según mi evangelio, Dios juzgará los secretos de los hombres mediante Jesucristo y A los perseverantes en hacer el bien que buscan gloria, honor e inmortalidad (pagará Dios) la vida eterna.
Sin embargo, este camino de la virtud presenta varios problemas: ¿qué pasará con aquellos que no han podido ser virtuosos, pero lo desean?, ¿realmente han existido personas virtuosas en comparación con la naturaleza de los dioses o de Dios? El mensaje de Pablo es que ningún hombre tiene la talla que exige el patrón divino y, por tanto, la naturaleza humana tiende al mal, sus frutos son egoístas y destructores. Por ello es necesario que no se confíe en la virtud propia, sino en la virtud que puede ser imputada por la divinidad. En otras palabras: habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios ahora declara a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan porque Él ha establecido un día en el cual juzgará a todo el mundo… por medio de un hombre… a quien ha levantado de los muertos.
Es decir, en el juicio de Dios la virtud individual no será suficiente para entrar en el cielo, y por esta razón Dios ofrece el perdón de la impiedad para todos aquellos que se arrepientan y deseen practicar la virtud por medio de la gracia, o sea por medio de la capacitación interior que ese Dios proporcionará a los que creen en Jesucristo.
El destino no está escrito, cada hombre lo decide frente a la Buena noticia (Evangelio), la fe es el Sí a Dios, el Sí a la gracia en contraposición con el intento de llegar a Él por méritos propios. El matrimonio de comunión eterna con el Creador ha sido prometido solo a los que confían en que Jesús murió y resucito para el perdón de los pecados.
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1 Cicerón, escritor y orador romano nacido cerca de Arpino (106 al 43 a.C.), llamado padre de la patria por haber descubierto la conspiración de Catilina. Expresión máxima de la elocuencia latina, fue asesinado por Marco Antonio.
2 Este pontífice máximo no es el papa católico, sino su antecesor pagano del cual heredó el título y las funciones sacerdotales.
3 Seguidores de la escuela de Epicuro, quien enseñaba que el fin del hombre es la felicidad que deriva del mayor placer con el menor dolor.
4 En esta frase Pablo está citando a Epiménides de Cnosos (siglo VI a.C.): Porque también nosotros somos linaje suyo [de Dios].
5 Los estoicos recibieron su nombre del pórtico de Atenas que tomaban como lugar de reunión; su doctrina deriva de Zenón, según la cual el bien supremo reside en el esfuerzo que obedece a la razón y queda indiferente en los deseos y las emociones ante las circunstancias exteriores. Para los estoicos todos los fenómenos en la vida de un hombre están predeterminados por los dioses, es decir no existe la libertad.
6 Pablo fue un judío perseguidor de los primeros cristianos (también judíos), que luego se convirtió ante una aparición de Jesucristo. Es el organizador de la doctrina cristiana y escritor de las epístolas que figuran en el Nuevo Testamento. Fue un evangelista que difundió el mensaje por Asia y Europa; murió decapitado por Nerón.