2021 Año Internacional de la Traducción Bíblica
Maná, Museo de las Sagradas Escrituras
Cristian Gómez
La Biblia es el libro más traducido de la historia, hecho aunado en ocasiones a la necesidad de crear para ello alfabetos, formatos y soportes del libro, tipografía; y como consecuencia de su lectura y de la asiduidad reverente: formar ética, teología, arte, lenguas modernas y filosofía, todo lo cual integra un hecho cultural de gran relevancia desde hace 23 siglos.
La Biblia se divide en dos partes: Tanaj o Antiguo Testamento, escrita en hebreo, y el Nuevo Testamento o Doctrina de los Apóstoles, escrita en griego. La primera contienen lo que se escribió antes de Cristo, se encuentran por ejemplo los orígenes de la Tierra, del hombre, del mal, de las razas y del pueblo de Israel. Hallamos también los Diez Mandamientos y la Ley atribuida al profeta Moisés, la poesía, la historia del pueblo hebreo y los mensajes de los profetas. La segunda parte es la colección de lo redactado tras la muerte del Mesías.
A lo largo de su historia la Biblia ha sido leída mayormente en traducciones. La versión sobre la que hoy hablamos es una traslación de esa primera parte, es decir, del Antiguo Testamento, desde su lengua original, el hebreo, al griego común impuesto por Alejandro el Grande en la vastedad del imperio. Es la primera traducción de la Biblia. Su nombre designa propiamente la traducción de la Torá hebrea al griego llevada a cabo en Alejandría durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo y representó la primera interpretación de la Biblia Hebrea.
La tradición nos comenta que la Septuginta fue el resultado de una traducción inspirada mandada a hacer a mediados del siglo II a.C. por Ptolomeo para completar su basta y magnífica biblioteca de Alejandría. 72 hombres, seis de cada una de las tribus hebreas, fueron los ancianos eruditos que se reunieron para darle la traducción adecuada a la Ley hebrea.
También conocida como la LXX, fue posteriormente adoptada para las primeras comunidades cristianas; acompañó a la expansión del cristianismo tanto en Oriente como en Occidente e influyó de diversas maneras en la cultura occidental. La Biblia griega únicamente se ha mantenido en la Iglesia ortodoxa como oficial o canónica hasta nuestros días.
El texto hebreo masorético.
Se llama así al texto hebreo de la Biblia conservado por generaciones de copistas. Masorá significa tradición y se designa con ello a un texto cercado además por comentarios que intentaban guiar la interpretación. Por ese camino de la conservación de manuscritos en hebreo desde el siglo III aC, se realizaban copias que se legaron de generación en generación, lo que dio lugar, como es natural, a variantes del texto, que además estaba aún en su última etapa de formación, llamaremos a ese periodo proto-masorético.
Sólo a partir del siglo II d.C., fue adoptado para el Antiguo Testamento un texto hebreo oficial, por la única secta sobreviviente de los judíos: los fariseos (pues tras la invasión romana habían desaparecido saduceos, esenios y zelotas).
Ese texto consonantal –porque en hebreo antiguo sólo se escribían consonantes pero no vocales–, que se decidiría intocable por consejo de Rabí Aquiba en el año 100 dC, se iría vocalizando a lo largo de cinco siglos (V al X) por el judaísmo rabínico en pugna con el cristianismo. El resultado es llamado texto masorético o tradicional, que aporta no sólo la invención de las vocales escritas, sino la recuperación de signos musicales y otros signos de la evolución de las palabras; más los comentarios al margen y al pie, llamados Masorá, con los cuales se espera guardar de errores al lector judío común.
El Códice Leningrado (que refleja un texto del siglo VIII), reallizado en el año 1010 d.C. es el texto masorético más antiguo conservado cuyo sistema vocálico prevaleció y fue creado por la familia Ben Asher. Y con la vocalización quedó establecida una propuesta del sentido de las palabras que podrían confundirse con otras y se afinó el significado de muchos pasajes; aunque puede haber otras lecturas por lo general más antiguas como las de los rollos del Mar Muerto y de la primera gran traducción de la literatura universal, precisamente la Biblia de los LXX, procedente del siglo III a.C.
LXX: la iniciativa literaria de más trascendencia cultural
La Biblia de los Setenta Sabios es el conjunto de rollos independientes que contenían textos religiosos judíos traducidos, unos desde el hebreo al griego, y redactados otros en esta última lengua; dicha colección se uniría en el formato códice para el siglo IV precisamente en esta versión, para hablar por primera vez de la Biblia como un libro sagrado encerrado entre dos tapas.
En el año 333 a.C. la llegada de Alejandro Magno a Asia suscitó el encuentro del próximo oriente con la civilización griega. Los helenos imponían la lengua griega (kiní- que significa común) de prestigio internacional.
Es una época en que la dispersión de los judíos por varias partes del mundos se aprecia también en la que podríamos llamar la “Atenas” del momento, la ciudad de Alejandría, en Egipto, entre el siglo III a.C. y el I d.C. gran parte de la población era la comunidad judía.
Esa comunidad no hablaba hebreo, y aunque la Torá o Ley de Moisés se leía en hebreo en las sinagogas, se requería una lectura en griego en cada ocasión; la respuesta a esa necesidad se fue plasmando por escrito a lo largo de más de 150 años, ese es el origen de la versión de los Setenta, que surge gracias a una cultura favorable por la expansión del helenismo, al griego koiné/kiní y su uso como lengua franca y literaria, a la grandeza e influencia de la Biblioteca y escuela de Alejandría, al esplendor del judaísmo helenístico y al mecenazgo de la política cultural de los Ptolomeos.
Uno de los gandes estudiosos de la LXX fue Pánfilo de Cesarea. El gran tesoro de la biblioteca de Cesarea, se dice, era la propia copia de Orígenes de la Héxapla, probablemente la única copia completa jamás hecha. Esta fue consultada por San Jerónimo (“In Psalmos comm.”, ed. Morin, pp. 5, 21; “In Epist. Ad Tit.”). Un pasaje de la biografía perdida, citado por San Jerónimo (Adv. Rufin., I, IX), describe cómo Pánfilo proveía a los estudiantes pobres con lo necesario para vivir, y, no solamente les prestaba, sino que les daba copias de las Escrituras, de las cuales él guardaba una gran provisión. Así mismo le regalaba copias a mujeres dedicadas al estudio. La biblioteca existía en el siglo VI, pero probablemente no sobrevivió mucho tiempo a la captura de Cesarea por los sarracenos.
Ilustrando el concepto que el cristianismo guardó sobre la LXX, en los Anales árabes de Eutiquio, patriarca de Alejandría entre 935 y 940 dC, se cuenta que, entre los traductores de aquella, había uno de nombre Simeón el Justo, personaje citado en el Evangelio de Lucas, pero de quien se añade la leyenda a continuación. Cuando éste estaba traduciendo la Ley y los Profetas del hebreo al griego, hallaba alguna palabra en la que había una profecía del Señor como Mesías, pero lo negaba en su corazón y comentaba: “Esto no puede ser”. Pero Dios le aumentó la vida en 350 años, de modo que fue uno de los doctores que recibió a Jesucristo niño en eI Templo.Y cuando lo vio, no pudo por menos de exclamar: «Ahora, Señor, deja a tu siervo irse en paz según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación que has preparado ante todos los pueblos».
El nombre Septuaginta nació de una leyenda que tiene como casi todas, una base histórica. Esa leyenda se halla en un libro no canónico llamado La Carta de Aristeas que bien refleja el ambiente de la época, del cual transcribo unos fragmentos.
La Carta de Aristeas
“Después de tres días, Demetrio los tomó consigo [a los 72 sabios], y tras recorrer el dique de mar de siete estadios hasta la isla [de Faros], cruzó el puente y, avanzando hacia la parte norte, les congregó en una mansión bien dispuesta junto a la playa, de gran belleza, e inmersa en una paz profunda; y les exhortó a llevar a término la traducción, pues que estaban bien provistos de todo lo que precisaran. [302] Y la ejecutaron, poniéndose de acuerdo mediante confrontaciones entre ellos acerca de cada punto; el resultado quedaba fijado oportunamente por escrito, a cargo de Demetrio.[303] Hasta la hora nona se prolongaba la sesión; después se separaban para dedicarse a los cuidados del cuerpo, facilitándoseles con espléndida provisión cuanto pudieran desear. [304] Además, cada día, todo lo que se disponía para el Rey, también para ellos Doroteo lo aprestaba; pues tal había sido la orden del soberano. Con la primera luz comparecían en la Corte cada día, y, tras saludar al Rey, regresaban a su lugar. [305] Tal como es usanza entre todos los judíos, se purificaban en el mar las manos, elevando preces a Dios; acto seguido, se consagraban a la lectura y exégesis de cada punto. [306] También pregunté esto: «¿Por qué razón se lavan las manos antes de orar?». Aclararon que en testimonio de no haber cometido mal alguno, pues toda acción se realiza por medio de las manos; así, hermosa, piadosamente, todo lo remitían a la justicia y a la verdad. [307] Tal como lo he dicho, cada día, congregados en este lugar, que hacían tan deleitoso la calma y luminosidad, llevaban a cabo la tarea fijada. Y acaeció que la traducción fue completada en setenta y dos días, como si hubiese sucedido por una suerte de premeditación. [308] Cuando se llegó al cumplimiento, reunió Demetrio a la comunidad de los judíos en aquel lugar donde la traducción había sido realizada, y se la leyó a todos, en presencia de los traductores, que se granjearon una recepción magnífica también por parte del pueblo, como responsables de magníficos bienes. [309] Tal acogieron a Demetrio también, exhortándole a entregar a los rectores de su comunidad una copia de toda la Ley. [310] Después de leídos los rollos, en pie los sacerdotes y los ancianos de los traductores y los rectores del común proclamaron: «Puesto que ha sido traducida hermosamente y con piedad, y con exactitud plena, bien está que permanezca como ella es y que no se produzca la menor alteración». [311] Todos aclamaron tales dichos y les exhortaron a lanzar una maldición, según es usanza entre ellos, contra cualquiera que alterase, añadiendo, modificando o suprimiendo, el tenor de lo escrito; bien obraron, a fin de que fuera preservado incólume perpetuamente.
(Texto pseudoepigráfico que revela gran contenido histórico, traducido por Jaume Pórtulas, Universidad de Barcelona).
Razones por qué conocer y traducir la Biblia de los LXX al español.
La Biblia Septuaginta es el logro cultural más grande de un pueblo para mantener su tradición, y es en esta versión que las Escrituras logran su mayor influencia cultural en la formación de la civilización.
Representa la primera ocasión en la historia universal que una traducción de tal extensión se realizaba desde una lengua semita a una lengua indoeuropea. La colección que en un futuro se llamaría Biblia pasaba desde una lengua en desuso a la literatura universal. El judaísmo se encontró con el helenismo, como se había encontrado con el pensamiento y las religiones de Mesopotamia (Asiria y Babilonia), con las costumbres y mitologías de Canaán y Siria, con el antiguo Egipto y con Persia.
Esa traducción refleja el estado de la pluralidad textual cuando menos desde el siglo III antes de Cristo y quizá hasta el V aC, antes de que el texto hebreo adquiriera su forma definitiva en el siglo II de la era cristiana.
Los hallazgos del Qumrán han dejado al descubierto algo que ni Orígenes, quien trabajó haciendo columnas comparativas del hebreo, de la LXX y de otras traducciones al griego, ni Jerónimo –que conoció la LXX pero hizo su traducción desde los textos hebreos, conocida hoy como la Vulgata Latina– sospecharon a pesar de constatar las grandes diferencias entre Septuaginta y el texto hebreo sobre todo en algunos libros, la existencia de un pluralismo textual hebreo en torno a los años que vieron nacer al cristianismo y el hecho de que la Septuaginta es portadora de variantes reales textuales y literarias frente al texto hebreo transmitido por el judaísmo.
El descubrimiento y estudio de los Rollos de Qumram, revela coincidencias con el texto de la LXX en contra de ciertas lecturas del texto hebreo tradicional, devolviendo así su prestigio a esta versión.
En este texto el polimorfismo de algunos libros de la Septuaginta y la coincidencia de su texto con el hebreo de Qumrán en contra del hebreo masorético ha permitido ser más cautelosos y respetuosos con una tradición que se remonta a originales hebreos muy antiguos y a veces distintos del texto masorético; y no simplemente, como se creía, que la LXX era una mala traducción en cuanto no coincidía con el texto masorético.
El texto hebreo tradicional fue escogido por su disponibilidad pero no era único, esa elección continuó como un conjunto de textos parecidos hasta que después del siglo X de la era cristiana se fue asentando como inamovible; fue vocalizado en el contexto de una centenaria discusión con los cristianos, lo que determinó sentidos diversos en pasajes controversiales.
Pero la LXX era ya la primera interpretación sincrónica, es decir se da al mismo tiempo en que se sigue formando el texto hebreo, incluida la Torá. La influencia retroactiva se dio porque el traducir los textos hebreos, cooperó con el hecho de la fijación del texto, pues conforme se iban traduciendo ya no era fácil ampliarlos en la lengua original.
Se caracteriza además por el uso de conceptos filosóficos griegos como en la Creación, usando los términos del Timeo; pero evita los antropomorfismos al hablar de Dios. Difiere del texto tradicional transmitido en hebreo llamado Masorético por ejemplo en la extensión cronológica de la edad de los patriarcas antediluvianos en Gn 5 y 11.
Sin embargo, sigue siendo una traducción desconocida para la mayoría de las personas, incluso para los creyentes de la cristiandad del mundo occidental; pero no debería serlo por cuanto la versión de los Setenta es base de la lengua y el contexto cultural del Nuevo Testamento y es fundamento también de la teología del Nuevo Testamento, ya que la LXX no sólo traduce sino interpreta y aporta nuevos sentidos al texto.
Sus tendencias incluyen: acentuación en la escatología, sobre todo la fe en la resurrección como puede verse en su traducción del Salmo 1 y de Job 42 y su énfasis en el mesianismo.
Con los textos de esta versión nació la iglesia y fue usada por ella por 400 años prácticamente como su única Biblia, a excepción de contadas comunidades arameas. La usaron los apóstoles y los padres de la iglesia hasta que Jerónimo dio preferencia al texto hebreo y, posteriormente, la Reforma heredó del Humanismo la idea de volver a ese hebreo como texto fuente, aunque la el siglo XVI ya no conoció siquiera los textos que había usado San Jerónimo, sino sólo el Masorético.
Hoy, frente al reto que supone el trabajo de traducción a las más de las tres mil lenguas que aún no tienen Biblia, la LXX será un faro que refresque los conceptos traductológicos en relación con la irrupción del mensaje a pesar de las diferencias filológicas inherentes a la transmisión de los textos y a pesar de la dificultad de transladar conceptos y belleza desde una lengua otra.
Su estudio traerá también nuevas reflexiones favorables a la unidad de los cristianos al recordarnos el proceso de la formación del texto, para superar la idolatría de la letra y valorar la historia de las traducciones.
Nos aporta además mejor compresión a la historia de la formación del canon, para reconocer los límites flexibles que las distintas confesiones tiene en la lista de los libros que consideran sagrados, discusión procedente desde el origen mismo de la colección de escritos que integran la Biblia, cuando no existía una conciencia clara de los documentos que finalmente ocuparían lugar en las recopilaciones canónicas.
La traducción de los libros que siguen al Pentateuco duró alrededor de cuatro siglos, de modo que, dada la diversificación de sectas y agrupaciones judías, no todos la aceptaron como Biblia inspirada: Los Samaritanos únicamente reconocían el Pentateuco como colección de los libros sagrados; los judíos de las comunidades del Qumrán incluían los libros pesudoepigráficos (Henoc y Jubileos) y los judíos helenizados reconocían los apócrifos también conocidos como deuterocanónicos.
Por ello comparto una lista de los libros bíblicos que se hallan en copias de la LXX, y coloco un asterisco en aquellos que no se conservaron en el canon corto o llamado canon hebreo.
Canon LXX
PENTATEUCO
Génesis
Exodo
Levítico
Números
Deuteronomio
LIBROS HISTÓRICOS
Josué
Jueces
Ruth
I Reinos
II Reinos
III Reinos
IV Reinos
I Paralipómenos
II Paralipómenos
I Esdras
II Esdras*
III Esdras*
Nehemías
Tobías*
Judit*
Ester (4 capítulos más*)
I Macabeos*
II Macabeos*
III Macabeos*
IV Macabeos*
LIBROS POÉTICOS Y SAPIENCIALES
Job
Salmos (1 más*)
Proverbios
Eclesiastés
El Cantar de los Cantares
Sabiduría*
Eclesiástico*
Odas de Salómón*
PROFETAS MAYORES
Isaías
Jeremías
Trenos
Baruc*
Epístola de Jeremías*
Ezequiel
Daniel (4 capítulos más*)
PROFETAS MENORES
Oseas
Joel
Amós
Abdías
Jonás
Miqueas
Nahúm
Habacuc
Sofonías
Ageo
Zacarías
Malaquías
Comparto el vínculo para acceder a una entrevista en Canal 11, programa “Sacro y profano”, acerca de esta interesantísima traducción de la Biblia https://www.youtube.com/watch?v=jRFoLpEI_5c&t=1076s
Y comparto también los datos de algunas de las ediciones de la LXX que se encuentran en la Biblioteca Soren Kierkegaard de Maná, Museo de las Sagradas Escrituras:
Biblia Septuaginta de la Época de la Reforma
Divinae Scripturae nempe veteris ac novi testamenti omnia,
Apud Andrea Wecheliheredes,
Claudium Marnium et Joan Aubrium,
Francofurti,
MDXCVII.
Esta edición fue hecha conforme al trabajo de Roberto Stefanus que había dividido la Biblia en versículos por primera vez.
Códice Sinaítico, la más antigua y completa Biblia
Codex Sinaiticus
Museo Real de Londres
Manuscrito del siglo IV -copia cercana a los 50 manuscritos financiados por el emperador Constantino y editadas por Eusebio de Cesaréa-, encontrado hasta el siglo XIX por el biblista y arqueólogo Constantin Tischendorf en el convento de Santa Catalina en el Monte Sinaí. Contiene en sus casi 1600 folios el Antiguo Testamento de la traducción de los LXX y el Nuevo Testamento griego. Donado luego por los monjes al zar de Rusia, fue finalmente vendido a Inglaterra. Aunque la mayor parte de los folios se encuentra en el Museo Británico, también hay partes en Leipzig, Jordania y Rusia.
Vetus testamentum graecorum juxta Septuaginta interpretes,
Van Ess Leandri,
Sumptibus ernesti Bredtii,
Lipsiae,
1924.
La Septuaginta versión bilingüe: Griego e Inglés
The septuagint versión: Greek and English
Lancelot Brenton C.L,
Zondervan,
Michigan,
1924.
L
Edición crítica de la Septuaginta
Septuagint
Alfred Rahlfs y Robert Hanhart,
Deutsche Bibelgesellschaft,
Germany,
2006.
**
La Biblia Griega Septuaginta
Natalio Fernández Marcos, Spottorno Díaz Caro Victoria, Cañas Rejillo José Manuel,
Editorial Sígueme,
Salamanca, 2008.
Después de la traducción hecha por el padre Junneman en Chile, a principios del siglo XX al español, esta otra versión es probablemente la segunda ocasión que se ha llevado a cabo la translación del texto griego del Antiguo Testamento al castellano.
Conclusión
A pesar de que el paso de una lengua a otra implica el vertir de un mundo conceptual a otro, de una cultura a otra, de unos autores y un público lector a otros y a pesar de las diferencias filológicas inherentes a la transmisión del texto y de la dificultad de trasladar conceptos de una lengua a otra, el mensaje salvífico es eficaz.
Las perspectivas de la transmisión del texto fueron diferentes entre el judaísmo y el cristianismo; el primero puso énfasis en la letra, en aquello que consideraba la inalterabilidad del texto.
Mientras el cristianismo colocaba su énfasis en el mensaje y se atrevía a realizar traducciones múltiples a todas las lenguas a las que llegaba la Buena Noticia; buscaba conservar la esencia sin necesariamente trasladar verbo a verbo, haciéndose eco así de su reverencia por la traducción de la Biblia con que había nacido: la Septuaginta.