La participación de los judíos en El Cantar del Mio Cid puede ser muy poco valorada ya que su presencia no es tan constante en el verso; sin embargo, a través de pequeños datos que arroja la obra, podemos conocer la situación de los sefaradís en épocas del Mio Cid, así como las actividades comerciales en las que se desenvolvían. Para este análisis se utilizó la edición de Porrúa del año 2000 que, según la editorial, es la versión más cercana a la original.
La obra se sitúa en la segunda mitad del siglo XI, época de reinados en la península ibérica y de disputas entre hermanos y parientes por el control absoluto de los reinos de Castilla y León. Tiempos de grandes pensadores como Abenhayán, el más renombrado historiadores entre los musulmanes; Moisés ben Ezra, con su obra Collar de Perlas, que canta la vino, al amor, la alegría y los placeres; y otros como Abenbassan y Yehuda Haleví dejarían sus obras para la inmortalidad.
Es justo en este tiempo cuando Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, es exiliado por el rey Alfonso VI. En su destierro, busca la forma de hacerse de nuevas riquezas, pero para ello necesita apoyo económico para poder financiar sus campañas.
Los judíos habían llegado con la invasión mora, la llegada de Abderramán I y la fundación del emirato de Córdoba; y se habían establecido en diferentes partes del sur de España.
Durante el reinado de Abderramán I, los judíos habían participado en la vida cultural, política y pública, hecho que no había sucedido desde la era del Segundo Templo y que ayudó al resto de los judíos que huían de su situación de otros países. Además, los judíos en España habían tenido una actividad económica importante, ya que habían creado distintas rutas de comercio, en especial de seda y pieles, y habían establecido una red de comercio por los caminos de los peregrinos católicos.
Regresando al poema del Mio Cid, éste demanda a uno de sus lugartenientes la búsqueda de una pareja de origen judío para pedir ayuda económica a través de un engaño:
“…Si os parece bien quiero hacer dos arcas;
y llenarlas de arena que pesen mucho,
cubriéndolas de cuero dibujado y bien clavetadas…
Id en seguida a buscarme a Raquel y Vidas
como en Burgos me prohibieron comprar y el rey me ha desterrado
no puedo llevar el haber que tengo, pues pesa mucho…”[1. Poema del Mio Cid, p.11]
Atendiendo al texto, podemos inferir que los judíos a los que se refiere pertenecen a la provincia de Burgos. Los documentos históricos al respecto nos dicen que la judería más antigua de esta provincia fue fundada en el año 974 y, por los mismos registros, sabemos que la comunidad judía de aquella localidad se expandió rápidamente a través del comercio, gracias a la protección de las autoridades políticas.
Los judíos –pero no sólo ellos– aprovecharon las facilidades del comercio y la explotación de tierras; y los artesanos y curtidores de pieles se beneficiaron por el Camino de Santiago, lugar de peregrinaje católico: el recorrido era conocido como el camino de los judíos. En un pasaje del Mio Cid menciona aquellas características del comercio judío:
“Martín Antolínez, burgalés ilustre,
vos lo merecéis, os queremos hacer un regalo,
con el que hagáis vuestras calzas, rica piel y buen manto…”[2. Ibídem p. 17.]
En el resto del Cantar del Mio Cid aparece muy poco la participación de los judíos, aunque se dan indicios del nulo pago del Cid a aquellos que habían apoyado a su campaña; sin embargo, en una versión más reciente del Cantar, sí se menciona el pago de dicho préstamo realizado por los judíos.
Además, la obra nos muestra sutilmente la convivencia entre judíos, musulmanes y cristianos, ya que en más de una ocasión el Cid se refiere a Raquel y Vidas –los judíos ya mencionados– como amigos, dando así un pequeño atisbo de la situación judía en el medievo español.
* Del Centro de Documentación e Investigación Judío de México