Biblioteca Rogerio Casas Alatriste del Museo Franz Mayer
Los libros de coro, llamados también cantorales, se comenzaron a utilizar en las catedrales y monasterios en la Edad Media (siglos V al XV). Contenían la letra y música para celebrar las misas, los oficios especiales de sepultura, las festividades de santos, así como las oraciones que debían hacerse a cada hora del día, tales como los maitines (en la madrugada), laudes (en la mañana), vísperas (al atardecer), etcétera. Había libros de coro de dos tipos: de polifonía, con varios sonidos que se cantaban a cuatro voces y de canto llano, interpretados en un mismo tono.
Estos libros se colocaban al centro del coro, sobre un atril llamado facistol y para facilitar su lectura a distancia, tenían dimensiones promedio de 70 x 50 centímetros. Aunque había libros de coro impresos, la mayoría eran manuscritos elaborados con tintas vegetales o minerales, principalmente de colores negro y rojo. La realización de los libros de coro era muy costosa y tardada, pudiéndose necesitar hasta cinco meses por libro. Los textos eran preparados en latín por escribanos o copistas, en ocasiones monjes que trabajaban en un lugar especial dentro de los monasterios denominado scriptorum; los iluminadores por su parte, decoraban ricamente las letras iniciales o capitulares con imágenes religiosas, de flores, frutos, insectos y aves, empleando polvo y laminillas oro. La mayoría de estos libros se escribían en hojas de pergamino (piel de oveja, ternero o cabra) que se encuadernaban cosiéndose por el lomo hasta con ocho refuerzos o nervios. Las cubiertas se hacían de madera forrada con piel y su decoración consistía en clavos (cabujones), esquineros (cantoneras) y broches en los cantos, los cuales podían ser de bronce, oro y plata y en ocasiones se complementaban con diversos diseños dorados sobre la piel.
Los libros de coro tuvieron su auge en los siglos XVI al XVIII y cayeron en desuso a finales del XIX y principios del XX, cuando la iglesia católica decidió sustituirlos por pequeños libros individuales. Algunas de las colecciones más importantes pertenecen a los monasterios españoles del Escorial, Guadalupe y las Catedrales de Osma y Jaén. La influencia musical española llegó a nuestro país con la Conquista, de modo que desde el siglo XVI se formaron colecciones de libros de coro en las principales catedrales novohispanas: Durango, Guadalajara, Mérida, Ciudad de México, Morelia, Oaxaca, Puebla y San Cristóbal de las Casas. Por la naturaleza de estas obras, no es común hallarlas en colecciones privadas como la de Franz Mayer, donde se encuentran ocho libros de coro españoles y novohispanos de los siglos XVI al XIX, testigos de la historia religiosa y musical de cuatrocientos años.