El hñähñu* (u otomí), uno de los idiomas más antiguos de Mesoamérica, se habla actualmente en 8 estados: Hidalgo, Estado de México, Querétaro, Puebla, Veracruz, Michoacán, Guanajuato y Tlaxcala. Hmunts’a Hēm’i se dedica al fomento de esta lengua y cultura, por ejemplo a través de su escritura.
Los ñähñus, u otomíes, escriben desde tiempo inmemorial. En la época prehispánica, la escritura pictográfica a cargo de los anttopho (en otomí) o tlacuilos (en náhuatl) permitía leer los ideogramas en cualquier idioma mesoamericano. Eran como los símbolos que usamos hoy en el Windows de las computadoras, por ejemplo: ¡tan útiles por representar objetos e ideas que pueden leer los hablantes de muchos idiomas que comparten un conocimiento en torno a estos símbolos! Presentamos aquí la lámina 11 de la Matrícula de Tributos, en la que aparece Jilotepec, la región conocida como el “riñón otomí”.
Después de la conquista, los indígenas de las élites aprendieron a escribir a la usanza europea con los frailes. Les encantó esta “escritura que habla”, es decir, que representa sonidos, y la aplicaron de inmediato a sus idiomas. Si bien es cierto que la mayoría de los escritos de la época colonial estaban en náhuatl y en español, los dos idiomas que representaban a quienes dominaron Mesoamérica en los siglos inmediatamente previo y posterior a la conquista, también se escribía el hñähñu. Los escribanos de las así llamadas repúblicas de indios utilizaron los recursos de ambas tradiciones para plasmar en papel los temas importantes de la vida civil, comunitaria y familiar, por ejemplo en los llamados códices Techialoyan o en actas notariales. Existen testimonios de ello en diversos documentos de la época colonial, como este testamento de 1634, de Inés Exinani, proveniente de lo que hoy es Querétaro.
Los frailes y sus escribanos produjeron, durante la época colonial, una serie de vocabularios y “artes”, es decir, gramáticas, así como catecismos en los que se usan los recursos de escritura prehispánica y los caracteres latinos para escribir en y para los ñähñus. El hñähñu era, y es, un idioma difícil para quienes lo aprenden como segunda lengua, por la complejidad de su estructura y por ser tonal, como todos los idiomas de la familia otomangue. Así lo expresa desde el título Antonio de Agreda, en 1770, en su “Arte breve para aprender con alguna facilidad la dificultosa lengua otomí”.
Además, el hñähñu u otomí tiene otras características como la glotal y las vocales nasales, lo cual dificulta su escritura con caracteres latinos. A lo largo de los siglos, quienes han escrito en hñähñu han buscado diversos estratagemas para resolver esta limitación del alfabeto, lo cual, para la impresión, significó la elaboración de tipos móviles especiales. En los manuscritos, cada autor utilizó los signos diacríticos que le parecían convenientes. Con el tiempo se fue dando un consenso que facilitó la lectura de los manuscritos y los impresos. Por ejemplo, Luis Neve y Molina publicó en 1776 sus “Reglas de ortographía, diccionario y arte del idioma othomí”.
Estos códices, manuscritos e impresiones de siglos pasados demuestran que la escritura del hñähñu, ya sea pictográfica o alfabética, ha sido un recurso para transmitir y conservar contenidos desde hace muchos siglos. Gracias a ellos, podemos estudiar la evolución del idioma y de su léxico a través del tiempo, al contacto de otros idiomas como el náhuatl y el español.
Cuando pase la contingencia, te invitamos a visitar la biblioteca de Hmunts’a Hēm’i – Centro de Documentación y Asesoría Hñähñu en Ixmiquilpan, Hidalgo. Con mucho gusto te presentaremos nuestro acervo, donde encontrarás muchas publicaciones en y sobre este hermoso idioma.